Primer ascenso al Pico de Orizaba - abril 2011
A pesar de haber llegado a la cima del Iztaccihuatl (5250 msnm) unos meses antes, mi imaginación no daba para adivinar qué sería lo más difícil de llegar a una cumbre de 5700 msnm: la dificultad y riesgos de caminar con crampones sobre hielo y piedras con una fuerte pendiente; el viento helado y la humedad que buscarían colarse al menor descuido a mis pies, manos o torso; el dolor muscular en piernas y espalda (el orgullo no me habría permitido contratar a una persona que llevara parte de mi equipo); la falta de aire que se vuelve notoria a partir de 5000 metros y lo que conlleva: sofocación, dolor de cabeza, mareos, debilidad; o, simplemente, una condición física insuficiente (más de doce horas de ejercicio en menos de dos días no son parte de ninguna de mis rutinas).
Por estas razones, no creo haberme preparado con tanto tiempo para ningún otro evento como lo hice para el ascenso al Pico de Orizaba: desde la elección de las botas térmicas, crampones, piolet, rutinas de correr y nadar variando distancias y ritmos, hasta la elección del guía de montaña, las medidas de aclimatación y el medicamento para disminuir el mal de altura.
Desde Ciudad Serdán, el volcán se ve gigante, imponente. Casi totalmente nevado con la cima cubierta de nubes. Un viaje de dos horas en una 4x4 nos lleva al campamento base (4240 msnm), donde la perspectiva es mucho más abstracta: no se ve la cima, sólo una pendiente fuerte, de piedras primero, mucha nieve después.
Llegar a donde se pasará la segunda noche es complicado y doloroso porque hay que cargar todo el equipo sobre la espalda y el sendero en ocasiones tiene una gran pendiente con piedras que se mueven de forma inesperada. A pesar de que la última parte de este trayecto es sobre nieve, aún es posible caminar sin los crampones.
Montado el campamento, sigue tomar muchísimo té, comer mucha pasta y preparar sandwiches y galletas para despertar a las 4:00 AM e intentar la cumbre. El cuerpo se saca de onda, y sumado al estrés de que algo pueda salir mal al día siguiente, sólo es posible dormir por ratos. La hidratación continua hace necesarias varias salidas del saco de dormir para descargar líquidos en la nieve, bajo la luz de las estrellas.
Los últimos 500 metros son de pendiente continua. No hay forma de sentarse a descansar. El viento, cada vez más fuerte, vuelve imposible la comunicación mientras caminamos. La boca y nariz (por descuido, únicas partes de mi cuerpo no cubiertas por ropa térmica) se me congelan y me cuesta articular la frase más sencilla. El frío se las ingenia para llegar hasta mis pies y dejo de sentir mis dedos. Mis rodillas empiezan a doler, justo donde alguna vez tuve una operación de meniscos.
Al llegar al labio inferior, las ráfagas hacen cada paso más difícil. Los últimos 15 minutos antes de la cumbre se van en recorrer 100 metros, con la boca del cráter a la izquierda y una pendiente peligrosa de lado derecho.
Sólo unos minutos para darse un abrazo de felicidad, contemplar el paisaje en todas direcciones, no encontrar el mar que alguien mencionó que en ocasiones se alcanza a ver, algunas fotos a mano temblorosa e iniciar el descenso con una cierta aprehensión: 70% de los accidentes fatales en alta montaña son durante el descenso, debido al cansancio y a la pérdida de concentración.
Las fotos, aquí: http://tinyurl.com/3cbq64s