domingo, enero 30, 2005

Desesperanza

Y mi hermano dice que hay algo de desesperación en las historias que escribo. Totalmente, pienso mientras sonrío. Años y años esperando construir un mundo a la altura de mis sueños; buscando empaquetar en cada segundo de mi día todo tipo de momentos intensos al mismo tiempo en experiencias y en emociones; en espera de ver aparecer las reflexiones, comportamientos, diversiones y estímulos que me llevarían a ser el gran yo que siempre creí que llegaría a ser uno de estos días. Una vida de despertarme cada mañana en espera de conseguir metas sin ni siquiera saber a ciencia cierta a qué me iban a llevar. Aunque cada esperanza pesara solamente unos gramos, el todo termina siendo una carga sobre los hombros (o espalda o cabeza, qué se yo) que en algún momento no deja dar un paso más. Pero la esperanza muere al último, dicen por ahí. Sí, claro, jamás perdería las intenciones claras que tengo de contribuir de diversas formas al desarrollo de la humanidad; y por supuesto que voy a conseguir día con día logros factibles dentro del límite de mis capacidades. Ahora, si de ahí insisto en querer ser el mejor en todo lo que hago, de vivir día y noche momentos dignos de volverse película taquillera, de encontrarme todo el tiempo rodeado de gente capaz de hacerme sentir bien todo el tiempo, y que además me aprecien y me admiren por todos y cada uno de mis aspectos... bonjour les fustrations! La felicidad nunca me ha estado esperando al final de una esperanza, por más que se realice tal como la había idealizado, ni siquiera cuando supera las expectativas. El tipo de satisfacción que nace con un sueño no tiene nada que ver con la realización que se siente durante una actividad desesperanzada. La primera es virtual, es saborearse un plato que nunca se va a probar porque la esperanza nunca se conecta con la realidad. El inválido jura que sería el ser más feliz del mundo si volviera a caminar, pero estamos lejos de vivir en un mundo de caminantes que rebozan de felicidad.

viernes, enero 28, 2005

Reestructura

Se oye un crack en mi cabeza. De golpe se derrumba el orden que mantenía proyectos, ideas y demás masturbaciones mentales atados unos con otros. El pánico empieza a hacerse doloroso y todo mi ser se pone en estado de alerta. Cuento con unos instantes para reaccionar antes de que todo empeore. Seguramente así se siente cuando un barco está por hundirse: hay que tomar decisiones en pocos minutos mientras aún pueda hacer algo para salvar el pellejo de unos cuantos. Supongo que en esta ocasión algunos de mis yos no sobrevivirán. Como se hace en los barcos, tengo que deshacerme de peso inútil. Reacciona, ¿Qué tiro? ¿Qué está demás? Mmmh. No hay mucho qué desechar. Borro algunos nombres de la lista de contactos de mi teléfono y siento un ligero, muy ligero alivio. Necesito más. ¿Mi historia de amor? Qué duro. No tengo alternativa; las cadenas se están hundiendo rápidamente y pronto le llegará el turno a mi pie y al resto de mi para ser arrastrado hasta el fondo. Marco un número y ni siquiera intento disimular mi voz de desesperación. Hay que hablar, es urgente. Mientras camino la ciudad se funde a cada paso. Si me detengo e intento desistirme seré absorvido al instante por toneladas de concreto que volverán a su lugar una vez que quede sepultado más abajo de donde alguien pueda acordarse que estuve por ahí. A unos instantes de que mis piernas se quiebren, y de que el resto de mi se precipite en una caida libre por el más temido de mis vacíos, llega mi salvadora. Un largo y tierno abrazo me envuelve; en pocos segundos las miles de membranas que se habían desgarrado en mi interior vuelven a entrelazarse. Tiene horas, días que este abrazo empezó y me invade la sensación de que, a partir de ahora, nada volverá a ser igual. Mi alma está al descubierto, pero ya no importa. El peligro se esfumó mientras esta especie de angel saca sus pinceles y restaura una por una las manchas que se formaron conforme mis lágrimas insisten en deslavar cada uno de mis sueños de grandeza incumplidos. Trato de convencerla que no se puede llegar lejos arrastrando los pies. Ella simplemente cree en mi y eso me desarma por completo. Mientras vuelve a poner el mundo entre mis manos me doy cuenta que, efectivamente, algunos de mis yos murieron en ese momento ahogados en una turbia demencia.

miércoles, enero 26, 2005

La señal

Nunca había sido de los que caminaban: lo suyo era volar. El aire que entra por los poro de su piel mientras mantiene su cabeza lo más firme posible para conservar la dirección. Los brazos extendidos, o simplemente detrás de la espalda; en este último caso, el cuello va más tenso, sobre todo al momento de girar. Sabía que en cuanto recibiera la señal esas serían sus únicas preocupaciones. ¿Qué tan alto tengo que ir para dejar de ver ese pueblo instalado en medio de las montañas? ¿Cómo hacer para volar lentamente de espalda a la tierra y con los ojos cerrados sin perder ni la estabilidad ni la dirección? Mientras tanto esperaba. Esperaba haciendo caras a los que caminaban por las calles y sentía un pequeño triunfo cuando alguno respondía con otro gesto. Estaba acostumbrado a las miradas burlonas a su alrededor mientras corría con pasos largos y un lento aletear en los brazos en medio de las grandes avenidas. Procuraba quedar suspendido en el aire el mayor tiempo posible antes de dar el siguiente paso. A veces, mientras esperaba en algún lugar despejado fijando el horizonte, solía fingir lanzar piedras a los pájaros para hacerlos volar a su antojo. La espera es más agradable en lo alto de los edificios; desde ahí se puede saludar a los que se asomaban por las ventanas. Esas eran sólo distracciones; en el fondo, lo único que daba sentido a todo era la espera de una señal. La señal que pondría fin definitivo a la espera. Tenía una idea vaga de cómo sucedería. Transcurrió su niñez y adolescencia sin que recibiera nada parecido a lo que tendría que ser la señal. De cualquier forma, ni un sólo segundo dudó que tarde o temprano la vería ¿O la oiría? ¿Tal vez la olería? ¿Quizás simplemente la soñaría? Posiblemente la soñaría, así como soñaba con playas blancas llenas de dunas; con mares profundos con ballenas gigantes paseando en grupos; con montañas llenas de cicatrices más viejas que cualquier especie viviente de este planeta, y que se encadenaban unas con otras por varios miles de kilómetros; con islas que parecían sonreírte en medio del océano; con cráteres en violenta erupción, como si quisieran decir algo muy serio; con nubes tan heladas como la mirada de algunas personas. Esa tarde de espera, mientras fingía arrojar una roca sobre una paloma que caminaba a pequeños pasos como si reflexionara sobre su porvenir, ésta, en lugar de alejarse sorprendida, voló para titubear unos instantes sobre su cabeza antes de posarse delicadamente sobre la mano que había arrojado la piedra imaginaria. Buscó en sus ojos, en su mente, en sus pulmones, incluso en su estómago, pero no encontró la menor sensación de duda. Al fin estaba ahí. Con las pequeñas garras de la paloma sujetando, y sujetada, alrededor de su pulgar, y con toda la felicidad del mundo en el corazón, corrió hasta el edificio más alto que conocía, y subió brincando los escalones de cuatro en cuatro hasta llegar a la azotea. Una vez en lo alto empezó a reír. Las carcajadas atrajeron la atención de la gente que deambulaba decenas de metros bajo sus pies. Y la gente se detuvo en las banquetas, la gente detuvo sus coches, los de las ventanas dejaron sus escritorios. Sus carcajadas rompían un total silencio que se había creado al mismo tiempo que el sol se escondía detrás de la última montaña que marcaba el límite de la ciudad. Adiós sol, es mi turno de brillar. Supo que era el momento y, seguido con precisión por cientos de miradas confundidas, saltó. La paloma inmediatamente aleteó en la misma dirección. Ahí estaba él, y el aire, y el edificio detrás donde sus pies habían estado pegados hasta un instante atrás. Ya no los necesitaba, ni los pies ni el edificio. Era hora de empezar a olvidar la fuerza de gravedad que lo había mantenido prisionero del suelo por tantos años. Los rostros, pequeños, muy abajo, lo contemplaban con las boca y los ojos más abiertos de lo que pudieran recordar haberlos tenido alguna otra vez. Podía oler la envidia de casi todos. Estaba tan contento que sintió su cuerpo diminuto para contener sensaciones de tal magnitud. Miro la paloma que, desde un segundo atrás, y para siempre, volaría junto con él. Cerró los ojos mientras repasaba las imágenes de sus sueños que ahora serían realidad. Su nuevo hogar las nubes, las alturas. Era tal su felicidad que no pudo darse cuenta del momento en que su cuerpo se hizo pedazos sobre el concreto. Cuentan que su cara conservó una tal expresión de calma y satisfacción que provocó un incómodo y extraño deseo entre todos los testigos.

martes, enero 18, 2005

Te sentirás perdido

Te sentirás perdido por largos momentos. Siempre supiste que así tenía que ser, aunque en ocasiones lucharas por pintarte una realidad distinta, donde la conexión con el mundo real fuera sólida y coherente. La coherencia nunca fue ni será parte de tus virtudes. La contradicción, en cambio, te acompañará desde tus primeros recuerdos. Serás parte sin darte cuenta; te alejarás cuando creas acercarte. Lo que parece un poco de claridad es tu entrada a la etapa más oscura que hubieras podido imaginar. ¿Dónde quedó la gente que es como tu, si es que eras o te ibas volviendo alguien normal? ¿Qué no lo único que hacías era cumplir con tu deber como ciudadano responsable, como individuo determinado a realizarse dentro del contexto que dignamente habías acabado de aceptar como estimulante? De pronto la lógica se perderá, no sabrás si de golpe o poco a poco. Un día ya no podrás atar los cabos de esa historia que te habías contado, que estabas listo para contar una vez anciano. Tus ojos se volverán tristes y tu voz comenzará a parecerte cada vez más hueca. Algo falso entró y se filtrará en casi todas las historias que cuentas, en casi todas las representaciones teatrales que te esmeras en afinar desde que abres los ojos hasta que se cierran sólos. Desearás correr y gritar con todas tus fuerzas y te sentirás cobarde por no encontrar ningún momento para hacerlo. Entonces buscaste desesperadamente distraerte. Cada intento por escapar de tu conciencia trajo un alivio más corto que el anterior. La desesperación circulará por tus venas para hacerse sentir en cada parte de tu cuerpo. Buscarás por todos lados aquello que salió mal. ¿En qué momento perdiste de vista el camino? ¿De quién es la culpa? El silencio de tu soledad te hará ver que no conocerás la respuesta. Te preguntaste por cuanto tiempo más podrías seguir caminando sin rumbo. Entonces voltearás a tu alrededor, y te verás. Te verás por todos lados. Ahí estabas, hecho anciano, hecho mujer, hecho niño. Sentado hambriento en la calle esperando una moneda. Convenciendo a un cliente que hacia una buena elección. A la entrada de una escuela con una pesada mochila en la espalda aburriéndote antes del inicio de la primera clase. Sintiendo como se mueve tu primer hijo en tu vientre. Esperando con calma la muerte que te liberaría de los dolores que se acumularon con los años. En ese momento, estar perdido comenzará a parecerte divertido. ¿Quién está más perdido? ¡Echen sus apuestas! Tu perdidez finalmente parecerá llevarte a algún lado. Tu confusión empezó a merecer un poco de respeto; era algo tan tuyo que perdiste las ganas de compartirla. Más distracciones entran y salen de tu cabeza y de tu cuerpo. Te encargaste de que invadieran cada momento de tu vida, hasta el punto de adueñarse de cada segundo de tu día. Sonreirás mientras una lágrima titubea en recorrer tu mejilla.