viernes, enero 28, 2005

Reestructura

Se oye un crack en mi cabeza. De golpe se derrumba el orden que mantenía proyectos, ideas y demás masturbaciones mentales atados unos con otros. El pánico empieza a hacerse doloroso y todo mi ser se pone en estado de alerta. Cuento con unos instantes para reaccionar antes de que todo empeore. Seguramente así se siente cuando un barco está por hundirse: hay que tomar decisiones en pocos minutos mientras aún pueda hacer algo para salvar el pellejo de unos cuantos. Supongo que en esta ocasión algunos de mis yos no sobrevivirán. Como se hace en los barcos, tengo que deshacerme de peso inútil. Reacciona, ¿Qué tiro? ¿Qué está demás? Mmmh. No hay mucho qué desechar. Borro algunos nombres de la lista de contactos de mi teléfono y siento un ligero, muy ligero alivio. Necesito más. ¿Mi historia de amor? Qué duro. No tengo alternativa; las cadenas se están hundiendo rápidamente y pronto le llegará el turno a mi pie y al resto de mi para ser arrastrado hasta el fondo. Marco un número y ni siquiera intento disimular mi voz de desesperación. Hay que hablar, es urgente. Mientras camino la ciudad se funde a cada paso. Si me detengo e intento desistirme seré absorvido al instante por toneladas de concreto que volverán a su lugar una vez que quede sepultado más abajo de donde alguien pueda acordarse que estuve por ahí. A unos instantes de que mis piernas se quiebren, y de que el resto de mi se precipite en una caida libre por el más temido de mis vacíos, llega mi salvadora. Un largo y tierno abrazo me envuelve; en pocos segundos las miles de membranas que se habían desgarrado en mi interior vuelven a entrelazarse. Tiene horas, días que este abrazo empezó y me invade la sensación de que, a partir de ahora, nada volverá a ser igual. Mi alma está al descubierto, pero ya no importa. El peligro se esfumó mientras esta especie de angel saca sus pinceles y restaura una por una las manchas que se formaron conforme mis lágrimas insisten en deslavar cada uno de mis sueños de grandeza incumplidos. Trato de convencerla que no se puede llegar lejos arrastrando los pies. Ella simplemente cree en mi y eso me desarma por completo. Mientras vuelve a poner el mundo entre mis manos me doy cuenta que, efectivamente, algunos de mis yos murieron en ese momento ahogados en una turbia demencia.