Born into this
Charles Bukowski se presenta como un perdedor más. En cada miserable empleo que se consiguió a lo largo de su vida fue tratado con desprecio por sus superiores, explotado físicamente, estafado en la paga, y desalojado al primer comportamiento rebelde. Su paga, que hasta pasados sus 50 años nunca fue más allá de 100 dólares mensuales, fue consumida sistemáticamente en alcohol (cerveza, por lo general) y en prostitutas (de preferencia con algún defecto visible). Casi sin querer, sus narraciones se convirtieron en la voz que habla en nombre de los olvidados del sueño americano. Entre poemas de borracheras, cuentos morbosos y novelas eróticas, algunos editores sesenteros descubrieron y financiaron al alcohólico de más de 40 años que poco después sería mundialmente considerado como libertador de la poesía. La obra de Bukowski está impregnada de gran sensibilidad para representar, en un estilo lleno de imágenes comparable a aquel de las leyendas japonesas, alegrías y frustraciones escondidas en el cotidiano del proletario anónimo, resignado a no esperar mas de su vida aparte de un poco de humor auto-irrisorio, de placer comprado y de olvido bebido. Hank, como él se hacia llamar, se vuelve célebre y millonario en vida. Durante sus últimos veinte años es invitado a dar conferencias donde, en el transcurso de una hora, entre insultos a otros escritores o estudiantes, y la lectura (algunas veces desganada, otras con una entrega total) de algunos de sus poemas recientes, se ganaba un cheque correspondiente a poco menos de lo que obtenía como salario anual pocos años antes, y durante la mayor parte de su vida. Decepcionado por la pretensión que observó en el estilo de escritores con los que fue comúnmente comparado, Hemingway, Miller y el resto de la generación beatnik, Bukowski decidió no abandonar la falsa simplicidad de sus narraciones, y de su vida. A pesar de no haber podido evitar que personajes como Bono, Madonna, Rourke y Penn entraran en ocasiones a su casa, hizo lo posible por mantener a distancia cualquier celebridad, literaria o no, por más que en su juventud hubiera consacrado días y noches enteros a leer los libros escritos por dichos autores. En su costumbre de rechazar los múltiples encuentros con grandes figuras que le eran organizados, llegó al grado de ignorar la invitación que Sartre le hizo para que tomaran juntos un café en su única y catastrófica visita a Paris. Durante ese único paso por la ciudad luz fue expulsado de la respetable emisión Apostrophes (a la cual ni los presidentes en curso perdían la oportunidad de asistir) después de haber manoseado en directo a una escritora, vomitado frente a las cámaras, insultado a algunos escritores y forcejeado, navaja en mano, con los encargados de seguridad del foro). En medio de lo grotesco, lo morboso y lo perverso, un extraño y contagioso respeto por la humanidad consigue que pocos lectores, tras haber leído algunas de sus autobiográficas historias, se muestren indiferentes.
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