Ciclos
De vez en cuando la vida transcurre en ciclos. El hombre es arrastrado en regresiones hasta volver a ser niño; el niño se transforma en un rápido e indoloro proceso en animal; el animal se convierte nuevamente en hombre. El hombre, dispuesto a derramar hasta la última gota de su sangre en pos de la evolución (o al menos de la supervivencia) de su especie. El niño, abrumado ante su impotencia frente a la mayor parte de lo que sucede a su alrededor, busca protección y afecto. El animal, lleno de arrogancia y ambición, quiere al mundo en sus manos, lo puede tomar sin pedir permiso. El hombre abre la puerta y comparte lo que tiene. El niño observa, tímidamente desde una ventana lejana, un mundo que funciona de forma extraña a su alrededor, que intenta pero no puede entender. El animal sale a provocar, a escoger, a reír sin saber por qué. Si el hombre hace el amor, es una fusión total con la otra persona. El niño apenas se da cuenta si tiene vida sexual. El animal se aparea; se entrena en técnicas para poseer. El hombre ahorra e invierte en la humanidad. El niño aún cree en comprar sueños. El animal devora y se ornamenta mientras espera ansioso alguna gran batalla. Un día el hombre duda, abandona o es abandonado, se va a dormir con una tristeza controlada; se levanta envuelto en frío y temor, un bebé en medio de la selva. Un día el niño se exaspera y rompe todo lo que lo hace sentirse dependiente. Un día el animal entiende que puede guardar las armas y aceptar la mano que le tienden. Está demás decir que tan sólo ese último momento hace que valga la pena haber nacido.
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