jueves, diciembre 02, 2004

Estudios sobre el amor por José Ortega y Gasset

El hombre mejor para el hombre y el hombre mejor para la mujer no coinciden. Hay vehementes sospechas de que no han coincidido nunca.

Digámoslo con toda crudeza: a la mujer no le han interesado nunca los genios, como no fuera per accidens; es decir, cuando a lo genial de un hombre van adyacentes condiciones poco compatibles con la genialidad. Lo cierto es que las calidades que suelen estimarse más en el varón para los efectos del progreso y grandeza humanos no interesan nada eróticamente a la mujer. ¿Quiere decirme qué le importa a una mujer que un hombre sea un gran matemático, un gran físico, un gran político? Y así sucesivamente: todos los talentos y esfuerzos específicamente masculinos que han engendrado y engrosado la cultura y excitan el entusiasmo varonil son nulos para atraer por sí mismos a la mujer. Y si buscamos cuáles son, en cambio las cualidades que enamoran, hallamos que son las menos fértiles para la perfección general de la especie, las que menos interesan a los hombres. El genio no es un "hombre interesante" según la mujer, y viceversa, el "hombre interesante" no interesa a los hombres.

Es penoso advertir el desamparo de calor femenino en que han solido vivir los pobres grandes hombres. Diríase que el genio horripila a la mujer. Las excepciones subrayan más la plenitud del hecho. Éste, que es de suyo palmario, resulta más hiriente si se hace en él una operación de multiplicar exigida por la realidad.

Me refiero a lo siguiente: en el proceso del amor es necesario distinguir dos estadios cuya confusión enturbia desde el principio hasta el fin la psicología del erotismo. Para que una mujer se enamore de un hombre, y viceversa, es preciso que antes se fije en él. Este fijarse no es otra cosa que la concentración de la atención en la persona, merced a la cual queda esta destacada y elevada sobre el plano común. No tiene aún tal favor intencional nada de amor, pero es un situación preliminar a él. Sin fijarse antes, no ha lugar el fenómeno amoroso, aunque puede éste no seguir a aquél. Claro es que la fijación crea una atmósfera tan favorable a la germinación del entusiasmo, que lograrla equivale normalmente a un comienzo de amor. Pero es de suma importancia diferenciar ambos momentos, porque en ambos rigen principios diferentes. Un buen número de errores en psicología del amor provienen de confundir las calidades que "llaman la atención" y, por tanto, destacan favorablemente al individuo, con aquellas que propiamente enamoran. Las riquezas, por ejemplo, no es lo que se ama en un hombre; pero el hombre rico es destacado ante la mujer por su riqueza. Ahora bien: un hombre ilustre por sus talentos posee superior probabilidad de ser atendido por la mujer; de suerte que, si ésta no se enamora es difícil la excusa. Tal es el caso del grande hombre, que generalmente goza de luminosa notoriedad. El despego que hacia el siente el sexo femenino debe, pues, ser multiplicado por este importante factor. La mujer desdeña al grande hombre concienzudamente, y no por azar o descuido.

Desde el punto de vista de la seleccion humana, este hecho significa que la mujer no colabora con su preferencia sentimental en el perfeccionamiento de la especie, al menos en el sentido que los hombres atribuimos a éste. Tiende más bien a eliminar los mejores individuos, masculinamente hablando, a los que innovan y emprenden altas empresas, y manifesta un decidido entusiasmo por la mediocridad. Cuando se ha pasado buena porción de la vida en la pupila alerta, observando el ir y venir de la mujer, no es fácil hacerse ilusiones sobre la norma de sus preferencias. Todo el buen deseo que a veces muestra de exaltarse por los hombres óptimos suele fracasar tristemente, y, en cambio, se le ve nadar a gusto, como en su elemento, cuando circula entre los hombres mediocres.

Los propósitos de la Naturaleza quedan superlativamente arcanos. ¿Quién sabe si a la postre conviene este despego de la mujer hacia lo mejor? Tal vez su papel en la mecánica de la historia es una fuerza retardataria frente a la turbulenta inquietud, al afán de cambio y avance que brota del alma masculina. Ello es que, tomando la cuestión con su más amplio horizonte y como zoológicamente, la tendencia general de los fervores femeninos parece resuelta a mantener la especie dentro de los límites mediocres, a evitar la selección en el sentido de lo óptimo, a procurar que el hombre no llegue nunca a ser semidiós o arcángel.

*Artículo aparecido en el diario El Sol los días 4 y 11 de noviembre de 1927.

5 Comments:

Anonymous Anónimo said...

PERO EST HOMBRE ES MACHISTA PARECE FRUSTRADO ... CREO QUE NO SABE ENAMORAR A UNA MUJER POR DIOS

1:24 a.m.  
Anonymous Anónimo said...

No deja de ser el científico social más admirado de España, lo cual confirmaría su teoría si le fue tan mal en el amor

8:26 a.m.  
Blogger Unknown said...

Este comentario ha sido eliminado por el autor.

7:38 a.m.  
Blogger Unknown said...

Razón tiene, eso quiere decir que hay una media de mediocridad, pero por suerte, alguna excepción. Del mismo modo que hay hombres mediocres, también hay mujeres mediocres. No creo que un hombre mediocre se enamore de una mujer genial por miedo a la inestabilidad que eso puede generar para su equilibrio emocional y quizás para la " estabilidad de su prole" Dios los cría y el viento los amontona.
Pero siempre existe una desviación típica y siguen surgiendo sujetos geniales, tanto masculinos como femeninos

7:43 a.m.  
Blogger Macarronazo said...

La mujer mediocre se enamora del hombre mediocre, desdeñando al genio; del mismo modo que el hombre mediocre se enamora de la mujer mediocre, desdeñando a la genia.

Mediocres con mediocres, genios con genios. El autor erró su planteamiento al otorgar a la mujer un rango de deidad, como si por el hecho de ser mujer, debiera de valorar a los "genios".

8:00 p.m.  

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